lunes, 3 de diciembre de 2012

El siguiente relato premiado en el concurso Fernando Abraien

ALICIA QUIERE VOLAR

Asomada a la ventana, Alicia pensó que aquel verano sería duro para ella. Ese inoportuno accidente la había dejado postrada en silla de ruedas con la pierna escayolada. Todos sus planes de vacaciones se habían esfumado. La situación
era similar a la de aquella película de Hitchcock:
“La ventana indiscreta”, en la que el protagonista también escayolado, descubría al autor de un crimen. Sin embargo, estaba casi segura de que en su caso, la posibilidad de que se volviese a repetir la misma historia, era bastante remota.
Para colmo de males, semanas antes del suceso habían comenzado los trabajos de rehabilitación en la finca donde vivía. Comenzaron a montar andamios y más andamios junto a la fachada, la cual se transformó en un enorme armazón de hierro.

El portal todo levantado, había que atravesarlo haciendo equilibrios sobre unos tablones. Los descansillos de cada piso, debido a las rozas para la instalación eléctrica, se llenaron de un polvo espeso y era toda una aventura acertar a meter la llave en la cerradura de cada puerta. Ante éste panorama,
Alicia había decidido ausentarse hasta que todo hubiese pasado, pero la fatalidad cambió su propósito.

Entre ruídos de taladradora y demás herramientas, el arrullo de las palomas se colaba por las ventanas. Eran palomas urbanas que gustaban de sobrevolar las ciudades, que aterrizaban en jardines y plazas públicas para obtener
alimento fácilmente. Palomas poco apreciadas por el vecindario, a causa de sus numerosos excrementos que lo ponían todo perdido.

Una de ellas, Fermina, (así fue bautizada por Alicia poco después) eligió posarse un día sobre el andamio que pegaba a su ventana.
Paseaba garbosa y despreocupada a lo largo del travesaño, moviendo sin cesar su cuello erguido hacia delante y hacia atrás. En uno de sus paseos, se percató de la presencia de Alicia y las dos se quedaron muy quietas observándose mutuamente.
Ajena al trasiego de la obra, Fermina acudía diariamente al andamio. Revoloteaba continuamente despertando cierta envidia en Alicia, que permanecía amarrada a la silla sin apenas poder moverse.

Los días se hicieron pesados, monótonos y aburridos.
Resignada, Alicia buscó otro lugar de la casa, otro lugar dónde no tuviese que presenciar los repetitivos vuelos de aquella tonta e insignificante paloma.

Decidió pues retomar la lectura del libro que estaba leyendo, pero no lograba encontrarlo. Buscó y rebuscó por las habitaciones, por las estanterías... pasados dos días recordó de pronto, que lo había dejado en el poyete de la ventana.
Fue a buscarlo e instintivamente alzó la mirada... y allí estaban!! situados en la gris y pesada plancha de hierro.
Sobre una cama de palitos y hebras de paja, reposaban dos huevos blancos y uniformes. A partir de ese momento, tal descubrimiento cambió su estado de ánimo y pasó a ser para ella, el principal motivo de distracción.

Fermina ejercía de madre: se sentaba delicadamente sobre los huevos y pasaba la noche dándoles calor. Días después, las translúcidas cáscaras empezaron a romperse, y poco a poco fueron dando paso a dos diminutas e inestables cabecitas.
Alicia asistió emocionada al acontecimiento, había visto alguna vez esa escena por televisión, pero nunca en vivo y en directo.
Pasaba muchas horas observando el comportamiento de Fermina, la cual seguía arropando a sus pollitos, hasta que éstos le empezaron a rebosar por debajo.
No parecía sentirse incómoda ante la mirada de Alicia, más bien parecía invitarla a compartir la crianza.

Un día, alguien le comentó que había visto a una pareja de urracas merodeando por el nido. Ella se inquietó; los palomitos cubiertos de pelo amarillo, parecían dos hermosos pompones brillantes y esponjosos, y desde luego, eran una tentación para esas aves ladronas.
Decidió pues extremar la vigilancia. Fermina les daba de comer, les aseaba, dormía con ellos, pero después volaba ignorante del peligro. Entonces Alicia se situaba en el lugar más estratégico, para no perderlos de vista ni un momento.

El plan dio resultado y los días transcurrían apacibles. Los palomos habían crecido, el plumaje era cada vez más oscuro y sus ojos negro azabache, la miraban como si fuese de la familia.

Ella se sentía feliz presenciando su evolución y se quedaba admirada al verles caminar con soltura, alborotarse cuando Fermina les daba de comer, o imitarla cuando les adiestraba en la práctica del aleteo.

Sin embargo, un nuevo sobresalto vino a enturbiar la paz reinante. En el portal de la casa, habían colocado un cartel avisando de la retirada del andamio en dos días. Sin tregua alguna para “revocar la sentencia” el deshaucio se efectuó en la fecha indicada.
Un obrero desmontaba el andamio a toda prisa, pero Alicia le convenció para que trasladase el nido con sus inquilinos, al poyete de la ventana. Así lo hizo y ella les construyó con una caja de cartón, una “tienda de campaña” para evitar que cayesen al vacío.
 En ese lugar , siguió Fermina instruyéndoles hasta completar su educación. Cuando se sintieron seguros y preparados para conocer el mundo; una mañana del ya caluroso verano, echaron a volar.


Esa misma noche, Alicia soñó que la escayola de su pierna se resquebrajaba, a continuación se rompía... y libre ya de su prisión, como los palomos también echaba a volar.

Charo Parajuá


1 comentario:

  1. Gracias Charo, por este relato tan bonito que nos regalas. Sigue escribiendo y regalándonos tus historias, son maravillosas.
    Africa.

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